Una plataforma destinada a ofrecer formación a creativos fue mi primera incursión más o menos ordenada en el mundo del ganchillo. Mi perfil me chiva que adquirí un curso para aprender a hacer un jersey con esa técnica en mayo de 2021. Meses más tarde salté a otra de pago en la que, a cambio de una cuota periódica, tenía acceso a un proyecto diferente cada mes. Utilizando ambas de manera consecutiva he logrado una soltura que jamás imaginé que desarrollaría. Aún recuerdo, en mis comienzos, descubrir y acercarme a patrones gratuitos de diseñadoras españolas reconocidas que generosamente habían colgado en sus espacios digitales y desistir tras leer las cinco primeras líneas por parecerme indescifrable el lenguaje que usaban. Ya no soy esa persona… Hoy puedo contarte que me asomo sin miedo a lo que encuentre que me llame la atención (y me quedo si me enamora) con la confianza de que seré capaz de encontrar soluciones en internet o en el mundo analógico si surge alguna dificultad.
1. Ha despertado ilusión en mí: contemplo, busco y me descubro admirando a personas que antes no sabía ni que existían. Se vuelven visibles elementos que en el pasado eran invisibles y el interés que ha encendido en mí va propagándose a actividades que guardan relación: tejer a dos agujas, bordar, coser; también pintar, la fotografía… Mi tiempo de ocio se va enriqueciendo y yo voy sumando habilidades que desempeño enfocada y con placer.
2. Nuevas conexiones. Entro en tiendas que antes me pasaban totalmente desapercibidas y entablo con naturalidad conversaciones sobre este tema u otros con crocheteras avanzadas o legas, sin ceñirme solo a empleados/as (o regentes) del negocio en el que me encuentro. Me sirve de trampolín para conectar y compartir con personas diferentes.
3. Si me observara desde mi yo pasado, el crochet me resulta una forma productiva e inesperada de entretenimiento (desde el punto de vista de mi historia familiar y no bajo una perspectiva social, puesto que tengo la impresión de que cada vez más personas se están aficionando a hacer nudos con ganchillo). Elijo los proyectos que más me gustan (sin que su nivel de dificultad me frene), disfruto y siento orgullo de madre ganchillera viéndolos nacer, crecer y llegar a su edad adulta, momento en que echo la última puntada y bloqueo. Listos para usar, hago, ilusionada, un espacio en mi armario o sorprendo a otra persona con una pieza exclusivamente única e irrepetible.
4. Esta actividad se perfila como un instrumento para observarme y curiosear sobre mi comportamiento. Así como soy en el crochet, también soy en mi vida diaria. Me doy cuenta de mi falta de paciencia y de la forma en que asoma la frustración al equivocarme (y que igual que viene se va), de mis antojos (que una vez dejados reposar se desvanecen), de mi manera de hablarme cuando hago algo mal, de mi recurrencia para evadirme siempre que tengo que deshacer o retomar algún proyecto que ha sido ensombrecido por los destellos de otro nuevo; de mi “falta de palabra” cada vez que me digo «esta es la última vuelta» o «a las y media cambio de actividad», etc.
5. Haber aprendido crochet reafirma, una vez más, mi capacidad para incorporar a mis destrezas una nueva. Le doy entidad a esta afirmación porque chirría con una creencia que, poco a poco, se va desmoronando: el hecho de que empezar tarde con ciertos asuntos o ciertas materias hace imposible que pueda a dominar la técnica que trae implícita. Por tanto, estar bordeando los cuarenta y obtener resultados bastante llamativos con el crochet me llena de confianza para exponerme a nuevos estímulos y aprendizajes. Y en esto conviene enfatizar que creo que me he desempeñado en este quehacer contra mi particular pronóstico. Me explico: yo he vivido durante una extensa etapa de mi vida muy apegada a la figura materna a la que admiraba profundamente, y era tal la ceguera de amor, que tan solo quería convertirme en una réplica exacta de ella. Y en ese pack estaba incluido el rechazo a todo lo que tuviera relación con las labores “femeninas” de las manualidades (hacer ganchillo, tejer, coser…). Así que de alguna manera me he desafiado a mí misma (sin esfuerzo, con placer) al introducir la actividad del crochet en mi rutina. Considero, pues, que he ganado por partida doble: estoy progresando en un terreno que mi referente familiar detestaba sin que tiemble el suelo bajo mis pies y soy capaz, no solo de apreciarlo, sino de crear y disfrutar con ello, sumando todos los beneficios que he ido exponiendo a lo largo del texto.
Una plataforma destinada a ofrecer formación a creativos fue mi primera incursión más o menos ordenada en el mundo del ganchillo. Mi perfil me chiva que adquirí un curso para aprender a hacer un jersey con esa técnica en mayo de 2021. Meses más tarde salté a otra de pago en la que, a cambio de una cuota periódica, tenía acceso a un proyecto diferente cada mes. Utilizando ambas de manera consecutiva he logrado una soltura que jamás imaginé que desarrollaría. Aún recuerdo, en mis comienzos, descubrir y acercarme a patrones gratuitos de diseñadoras españolas reconocidas que generosamente habían colgado en sus espacios digitales y desistir tras leer las cinco primeras líneas por parecerme indescifrable el lenguaje que usaban. Ya no soy esa persona… Hoy puedo contarte que me asomo sin miedo a lo que encuentre que me llame la atención (y me quedo si me enamora) con la confianza de que seré capaz de encontrar soluciones en internet o en el mundo analógico si surge alguna dificultad.
Esta lista probablemente es más extensa y más amplia en los puntos esbozados, pero no soy en absoluto consciente ahora mismo. La he elaborado sin encontrar grandes resistencias mentales porque considero que era necesario parar, ver y analizar qué elementos puede traer algo en apariencia tan banal como ocupar tu ocio haciendo nudos de colores. Todo lo que hacemos tiene su trascendencia, y me ha encantado identificarla a través de estas líneas.