Un dulce bosque futuro

Canto encima de la reproducción de una pieza que se agregó a la banda sonora de una fracción de mi vida anterior. Mira que me cuesta retener en el cuerpo, como el picante sobre la lengua, las películas mentales de ciertos momentos de mi paso por esta tierra. En cuanto aparecen, las escupo enseguida; o las tapo con algún parche, antes de que estropeen el momento. No tolero ni un instante de sufrimiento autoinfligido, al menos mientras sea consciente. Pero este momento musical logra, además de transportarme a otro tiempo, conectarme con una parte agradable, aunque nunca haya tenido lugar. Si siguiéramos con el símil del sabor picante, sería ese lado fresco o ardiente (cuando es tan potente, el cuerpo confunde esas señales) que no encuentras en una bebida refrescante a baja temperatura (ni siquiera en su estado sólido). Puedo verme en una vida que no existe siendo, en parte, otra; sin deseos de retrotraerme; viviendo y sintiendo, aunque sea en la mente, otra posibilidad: algo así como la de amar mis cartas. Aún con todas sus imperfecciones, me sueño recordándome sin usar la humanidad de la realidad como una excusa para destruirlo todo.

Qué fácil hubiese sido. Qué fácil sería estar en esa actitud. No es algo de pensarlo y… ta-chán, se hizo la magia. Ni siquiera sé si mis acciones se corresponderían exactamente con mis palabras. No es tan fácil. Pero sí, algo más sencillo sería vivir así.

Sin embargo, aquí estoy, entre ilusionada y cansada de llevar esas cadenas que me impiden caminar no más allá de un espacio estrecho y corto. Con ganas. Hacía mucho que no sentía ganas de hacer y de mostrar algo. Mis arbolitos, al unísono con otros elementos que estoy introduciendo, me están alimentando el alma, y me dan permiso para proyectarme en algo más grande. Imagino sin miedo y sin resentimiento. De hecho, creo que fantasear y vivir resentida son como juntar agua y aceite.

Estoy aquí, lo reafirmo tecleándote/tecleándome todas estas palabras. Porque hay vida en otras partes de mí, encuentro movimiento ahora en mis dedos. Es cierto: lo único que tenemos es este preciso instante. Sin embargo, me observo huyendo a menudo de mi pasado, desechando más escenas vividas de las que pudiese querer conservar. Y esos recuerdos también nutren, en gran medida, mi presente. No vivimos a tientas a cada instante…

Esta línea de pensamiento me recuerda a un comentario que me hizo, durante una clase, una profesora de canto. Al verme hacer muecas raras se daba cuenta de que me deshacía constantemente de referencias. Se extrañaba de que, en vez de honrar parte de mi aprendizaje, repudiara todo lo anterior y quisiera, en cada clase, empezar de cero. “No todo lo que has aprendido es malo, algo habrá servido”. Y ese comentario, aunque me quedara callada ante esa interpelación, representaba exactamente lo que pensaba. Además de señalar ferozmente mi falta de talento y agilidad para aprender, culpaba a mis maestros anteriores por su falta de pericia para transmitirme sus conocimientos. No había disfrute. Solo una losa y una obsesión constante por avanzar y hacerlo mejor. Ese desgaste solo pudo traer un resultado: la deserción. Como ves, esta anécdota trae consigo todo un amasijo de imágenes, palabras, sensaciones… ¿En qué se ha convertido? En un bocado amargo y decepcionante. Y esto habita, también, en este instante que baila a través de las palabras que te escribo.

Por eso, me entusiasma no solo vivir un presente con el sabor de la ilusión. También me seduce poder construir una experiencia que, en mis días venideros, sea apetecible de rescatar. Una remembranza placentera, a sabiendas de que la mente lasqueada por el tiempo la maquille y la reconfigure, pero que siempre que suelte deje tras de sí un sabor dulzón, delicioso, que me invite a quedarme un ratito, solo un ratito más.